El consumo de pescado es una práctica que debe incluirse en la dieta de forma habitual debido a la enorme cantidad de beneficios que aporta. El mayor inconveniente de este tipo de alimentos es que es extremadamente perecedero y prácticamente desde el momento en que se saca del agua comienza el proceso de descomposición del mismo. Para evitar este hecho se llevan a cabo diversos métodos de conservación como puede ser la congelación. Detectar si un pescado es fresco o no lo es no resulta muy complicado, solamente hay que fijarse en algunos aspectos.
En primer lugar, se debe comprobar el aspecto general de la pieza. La piel debe presentar un color vivo e intenso. Los ojos deben estar abombados en decir, convexos con pupilas negras o azuladas y brillantes. Los pescados con ojos turbios o vidriosos es mejor desecharlos.
La carne del pescado fresco es una carne firme y elástica, que una vez cocinada mantiene esa textura, sin desmigajarse. Si el pescado cocinado tiende a quedar deshecho en pequeños trozos es muy probable que no fuera una pieza fresca ya que su carne no estaba lo suficientemente firme como para soportar el proceso de calentamiento al que ha sido sometida.
El olor del pescado también es indicativo de su frescura. Un olor normal es el olor característico a mar, a algas marinas. Esto olor procede de unas enzimas que poseen los pescados que tienden a descomponer las proteínas de la carne de pescado. Si el olor del pescado recuerda al amoniaco, es un olor fuerte, es mejor desechar esa pieza puesto que su frescura no es la idónea.
Una buena recomendación cuando se consume pescado en un restaurante es optar por los pescados de temporada, ya que de esta forma se tienen más garantías de la frescura del mismo.