Comer es un placer maravilloso. Sin embargo, la comida puede convertirse en la experiencia total si añadimos un elemento: el maridaje entre vinos y platos.
El maridaje no es otra cosa que la búsqueda del equilibrio de los sabores: uno complementa al otro sin restarle protagonismo. Con la elección del vino adecuado se persigue descubrir todos los matices del plato y que la fusión de sabores y aromas despierte una gran variedad de sensaciones.
Por ello, hay una serie de indicaciones básicas que todo amante de la cocina debería tener en cuenta a la hora de sentarse a la mesa.
Al buscarse el equilibrio, lo principal es organizar la elección del vino según su fuerza y su cuerpo.
Entrantes. Abre el apetito
Un entrante ha de armonizarse con un vino joven sin demasiada acidez ni cuerpo.
Un vino blanco afrutado, pero no dulce. Para la ensalada, el vino blanco seco es ideal.
Mientras que unos calamares o unos choquitos de la ría fritos no desprecian una manzanilla, por su frescura.
1º plato: Pescado a la plancha
Después de haber preparado el estómago, un primer plato a base de pescados ligeros como la merluza, el bacalao o un lenguado
encuentran su compañero ideal en los blancos ácidos: ribeiros, chacolí y albariños. El albariño es de tono dulce. Un clarete también es un buen acompañamiento para el pescado blanco.
2ºplato: carnes rojas.
El segundo plato está servido: un chuletón de buey. Necesitas un vino de uvas con sabor potente. Vinos curtidos y maduros como los riojas y los riberas. Un gran reserva que no enmascare el sabor sino que lo potencie.
Postres dulces, el final del menú
Dulce con dulce siempre es una buena combinación. Moscatel, mistela, malvasía y un oporto con tarta de galleta o un tiramisú para finalizar la experiencia.